martes, 1 de mayo de 2007

AQUÍ UN AMIGO


Hay que tener mucho cuidado con lo que se teme, porque lo que se teme puede acabar ocurriendo. En realidad, temer algo es propiciarlo mediante la obsesión y la fijación.

El mundo es tu amigo. La realidad es tu maestra. Tenemos que permanecer muy atentos a lo que la realidad nos presenta. Nuestro cuerpo es parte de la realidad, y es íntimo con nosotros mismos, pero muchas veces no nos damos siquiera cuenta de qué músculos tenemos tensos y cuáles relajados, y así hasta que acabamos con dolor de cabeza, de espalda o de hombros. En ocasiones ni siquiera lo más cercano nos resulta evidente. Hay muchas circunstancias que nos resultan nocivas, pero no las evitamos. Hay comidas y bebidas que nos resultan perjudiciales, y nuestro estómago lo sabe, pero sin embargo las comemos y bebemos. Hay ocasiones en que estamos cansados, pero no descansamos por tal o cual motivo. Hay momentos en que necesitamos movernos, pero encontramos razones para no hacerlo.

Estamos tan apegados a nuestros hábitos físicos y mentales que no nos atrevemos a contravenirlos aunque sólo sea por un día.

Hemos explorado un pequeño territorio que creemos conocer bien, y que ya bastantes problemas nos causa, como para encima complicarnos la vida con nuevas indagaciones. Y pedimos, por favor, que nada cambie, pero es imposible, todo cambia. Nos acostumbramos a la infancia y nos hacemos adolescentes. Empezamos a aclararnos con la juventud y nos hacemos adultos. Por fin empezamos a conformarnos con la adultez y nos hacemos ancianos. Y eso si hay suerte.

Antes que despertar un poco y observar las cosas tal cual son, preferimos seguir burlándonos de los otros, localizando sus defectos, compararlos con nuestras supuestas virtudes morales o intelectuales.

Creemos que todo lo que contraría nuestros deseos, objetivos y caprichos es una injusticia. O consideramos que no somos lo suficientemente buenos o que no nos esforzamos lo necesario. Nos obstinamos en no observar la realidad misma. Tenemos la fruición del éxito, pero también tenemos la fruición del fracaso.

Un yo que sufre es mejor que ningún yo en absoluto. El sufrimiento, los arrepentimientos, los remordimientos de conciencia constituyen el último recurso de la egolatría. El ego exacerbado se refocila mucho en su propio fracaso, en su propio sufrimiento, en su propio arrepentimiento, en su propia autocompasión.

Cree el ego, en su confusión, que sufrir es mejor que no existir. Creemos que el fracaso y el sufrimiento propio es un mérito que podamos exhibir ante otras personas, para así poder lograr algún tipo de control sobre quien nos atienda.

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