jueves, 10 de mayo de 2007

La represión psicológica del pesimismo


Resulta interesante, y a la vez paradójico, que la lectura de grandes pesimistas como Cioran o Bernhard, resulte alegre, incluso humorística. Sin embargo, la lectura de optimistas fingidos o de voluntariosamente optimistas resulta un tanto deprimente. Este fenómeno ha de tener su explicación y no debe ser muy diferente de la que nos aclare por qué simpatizamos antes con los pícaros o tunantes que con los santurrones.

Concuerdo con la idea de las escuelas budistas que nos habla de la bondad, sabiduría y felicidad básica del ser humano. Pese a lo cual, es evidente que previo a alcanzar esa verdad fundamental de la persona es necesario despejar mucha broza de confusión o de samsara (inevitables condiciones desagradables de la vida terrenal).


Estas aseveraciones no son dogmas de fe ni propuestas teóricas a considerar sino un objetivo a experimentar. El procedimiento es la contemplación o meditación según diferentes técnicas como el vipassana, el zen o las de las escuelas tibetanas. Durante este trabajo hay que observar toda la confusión samsárica. Observarla, dejar que se “queme” de este modo y se desvanezca luego como nubes en el cielo. Así el meditador se va liberando de impulsos negativos sin rechazarlos o negarlos pero tampoco alimentándolos o siendo movido por ellos (literalmente movido por ellos).


Todo lo que el meditador observa surge del inconsciente. A cada uno de estos objetivos de contemplación se les llama samskaras. Negarlos o empujarlos hacia el olvido no sirve más que para aumentar su presión hacia la superficie de la conciencia. Utilizando la célebre metáfora, es como tratar de evitar que el agua se evapore en una olla hirviente tratando de empujar con una tapadera las burbujas hacia abajo.


Existe un fenómeno contemporáneo, relacionado con lo que acabamos de mencionar, que es la vigilancia o la represión del stress, que es como en inglés se le llama a la tensión. Como sabemos que el stress es “malo” lo rechazamos o reprimimos bajo una débil pátina de calma aparente. Pero cuando la vigilancia cesa, por ejemplo, durante el sueño, la tensión aflora.

Volviendo al asunto de la meditación, la libertad salvaje que el contemplador se concede en el examen de su mente, no significa que haya ausencia de normas de comportamiento. La moral existe como apunte de lo que es nuestra esencia verdadera, y también como guía (mientras alcanzamos a comprender por nosotros mismos) para conducirse fuera de la meditación. Entre tanto, el espacio y el tiempo de la meditación permanece como un ámbito libérrimo donde el objetivo es la observación inmóvil (literalmente inmóvil) y ecuánime de todos los fenómenos psíquicos que vayan surgiendo.

En cualquier caso, para las escuelas de meditación mencionadas, la moral no es nunca una cancha donde establecer competencia. No es de extrañar entonces que a Nietzsche, al menos al principio, el budismo le fascinara. Emociones tales como el rencor (causado por la renuncia de los placeres), la altanería (por el mismo motivo) y el nihilismo (que representaba exactamente el mismo motivo) estaban ausentes de las enseñanzas budistas.


Lo que nos desagrada de la santurronería es que, por impostar bondad, cae en el gran pecado de la soberbia. En vez de nacer de un sentimiento amistoso para con los otros, entra en absurda competencia en materia de cumplimiento de normas morales para mayor engorde de un ego ya desmesurado. Y también, por eso, preferimos al cínicamente ególatra antes que al ostentosamente humilde. También hay un cierto humor en el narcisista, ha domesticado suficientemente el ego como para darle un paseo, humor que tan bien y también ejercitaba Nietzsche.


Para retomar el hilo de este discurrir acerca del pesimismo, respecto a este asunto ocurre cosa parecida. En el optimista fingido nos fastidia su obstinada negación de lo real. Los pesimismos arrebatados de Cioran o Bernhard nos resultan más próximos al verdadero optimismo que aquellos otros que, de un modo pánfilo, se empeñan en negar la existencia de motivos para la melancolía.


El humorismo del pesimista franco y ácido tiene el mismo procedimiento que el humor de los chistes picantes, expone con ingenio lo que suele reservarse a la intimidad. O, mejor aún, se halla más próximo al humor negro que hace chanza de lo trágico. Como suele decirse, la diferencia entre lo cómico y lo trágico, en muchos casos y en gran medida, es cuestión de perspectiva.


Igual que el optimista fingido, reprimiendo los motivos de pesar, se aleja aún más de la verdadera alegría, el pesimismo crudo pasa rápida revista a lo tenebroso para, una vez supervisado, liberar el entusiasmo.

Imagen: óleo sobre lienzo de Ángeles Pedrero Encabo

2 comentarios:

escarola dijo...

Lo que dijo Gogol tenía narices: "si se observa atentamente y durante mucho tiempo una historia graciosa, ésta se vuelve cada vez más triste". Y es que el humor es una cosa muy seria.

verarex dijo...

Creo que has dado con una gran verdad.
De hecho, normalmente es más fácil encontrar bellos poemas, o bellas historias con tintes tristes que felices y sonrientes.
Me ha pasado con un tema trivial: la búsqueda de imágenes en la red.
Los nombres trágicos o pesimistas o malvados arrojan resultados kilométricos, y variedades impensadas.
En cambio, palabras sencillas como "alegría" "bondad" "sencillez" "gratitud" dan como resultado imágenes tontarronas o repetidisimas.
Causa cierta desazón comprobarlo...

Volveré