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PRÍNCIPES INSATISFECHOS
En cierta ocasión, caminando solitario entre las peñas peladas de las sierras de Andalucía, me sorprendió la noche al borde de unos inmensos precipicios. Era pleno invierno, pero el cielo estaba despejado salvo algunas masas de nubes dispersas.
Cayendo el sol, hice recuento de mis posesiones: un mechero, un limón, mi ropa y una navaja. Pasé la noche al calor de una candela, con la compañía de la luna y con un solitario limón por manjar. No es necesario decir en cuanta estima tuve a mi vieja chaqueta de campo y mi bufanda a cuadros, cómo agradecí el calor de las ramas crepitando en el fuego, qué bien me supo y cuánto me refrescó el limón, cómo saludaba a la luna cada vez que salía entre las nubes para iluminarme. A la mañana siguiente la brisa de la alborada, que por costumbre solemos considerar fría, la sentí como brisa tibia de primavera. Y la salida del sol, tan deseada, fue una bendición que disipó la oscuridad de la noche permitiéndome ver con claridad el camino de vuelta.
Gracias, por tanto, a quien corresponda.
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