domingo, 3 de junio de 2007

CONVERSA Sobre Hablándose a uno mismo...

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Sobre Hablándose a uno mismo...

juanaragon dijo...

A veces pasa, ¿no? Tengo un amigo que me cuenta sus cosas, no para que yo le de consejos ni por afán narcisista, sino porque -dice- así ordena sus ideas y a veces, sus sentimientos. Yo prefiero oir y callar a no tener nada que decir y mover los labios con palabras vacías adentro. Porque a veces los dramas de los otros no son incomprensibles, sino simplemente inasibles. En fin, cada vez que te leo, me haces pensar un rato. Gracias por publicar tus ideas.

Joaquín dijo...

Es así. Si lo recuerdas, en la iconografía de Oriente a los budas se los pinta con grandes orejas que simbolizan la capacidad de escuchar. El sabio no es tanto el que es capaz de decir grandes verdades como el que es capaz de escucharlas, lo cual no es fácil.

Vi una película norteamericana, cuyo nombre no he podido rescatar de la memoria, que trataba sobre un supuesto psicólogo que lo único que hace es escuchar a sus pacientes. Luego se averigua que no tiene títulos académicos que lo acrediten. Cuenta entonces que se metió a psicólogo porque descubrió que a las personas les gustaba contarle sus cosas. Sólo escuchándoles las curaba.

Le conté esta peripecia a un amigo psicoanalista y me dijo que es así, pero con la reserva de saber encauzar lo que el paciente o el cliente dice, para que no abunde en el victimismo, la autocompasión, la culpabilidad propia o de otros, etc.

Para saber escuchar bien hace falta no estar nublado por los preconceptos. Y tener el propio ego observado y batido.

De Nelson Rodriges se contaba que en sus conversaciones básicamente se dedicaba a escuchar. No juzgaba lo que oía. Las raras veces que intervenía era para preguntar sobre detalles y datos de lo narrado. Este saber escuchar era la materia prima de su inmensa producción literaria.

Aparte de la virtud del escuchar, tengo que confesar que me descansa mucho estar con personas que hacen el mayor gasto de conversación. Me incomoda un poco las personas que escuchan y escuchan sin dar ninguna confidencia a cambio. Esto es importante. Conozco una terapeuta que escucha fenomenal, pero sólo porque de vez en vez tercia contando anécdotas personales que la sitúan en el mismo rango de humanidad que sus confidentes.

De modo que también existe la virtud del hablar. A este respecto, andando yo un tanto intrigado acerca del por qué de mi manera de conversar y de los modos de conversación de otras personas, el descubrimiento del Ayurveda resultó revelador. Como es conocido, según esta tradición las personas nos encuadramos dentro de tres tipologías agrupadas en pares, donde una es predominante y la otra secundaria. Pues bien, una de estas tipologías acostumbra a hablar en voz muy enérgica, en cantidad moderada pero de modo muy asertórico y persuasivo. La segunda tipología habla mucho de manera rápida y con voz media y poco modulada. La tercera habla poco y con voz baja y suave. ¿Reconoces a alguien? Desde que leí esta clasificación, no puedo evitar situar a cada persona en su tipología ayurvédica. No sé si esto me ha ayudado a escuchar mejor, pero sí a comprender lo inevitable del carácter de cada persona.
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1 comentario:

escarola dijo...

¿Y qué consecuencias podemos extraer de situarnos en uno u otro término de la clasificación?
¿Mi voz interior suena igual que mi voz exterior? Yo no soporto que me lean un poema, necesito leerlo para mí, una voz que suena en el silencio.