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EMPEZANDO POR LO PEQUEÑO Y CONTINUANDO POR LO QUE TODAVÍA ES MENOR
El objeto de la gran liberación no se consigue acometiendo grandes revoluciones interiores o exteriores. El prisionero de sí mismo gusta de la teatralidad.
Un poco de humor diluido en una gran carcajada es medicina contra la importancia.
A la hora de liberarte comienza, sin ir más lejos, por tus pequeñas rutinas. Tus protocolos de acostarte, de despertarte, de comer, de tratar con las personas, de acometer una tarea, de hacer una cosa detrás de la otra y sin que nada falte, y comenzando por ahí y continuando con los demás procedimientos.
El ser humano gusta de las rutinas. La mente enferma se aferra a ellas. Las rutinas están constituidas para que el cerebro pueda no pensar en lo que está haciendo. O sea, son el instrumento predilecto de la pereza y la distracción. Para la mente enferma constituyen un punto de referencia, una seguridad de que al menos algo va a seguir inalterado.
El ritual es otra cosa. El ritual es la valoración del acto hasta lo sagrado. Las rutinas, pueden también convertirse en rituales. No hay que odiar las rutinas ni arrojarlas a la basura como si fueran pañuelos de papel usados. El ritual cuida de cada gesto como si de un mensaje al cosmos se tratara. Cada gesto tiene en su propia verdad un valor máximo.
Nuestro cerebro categórico ha establecido toda una jerarquía que otorga el supuesto valor que cada cosa o persona de este mundo ha de tener. Si observamos la cotización mental que obtiene cada cosa sabremos qué mandatos son los que nos gobiernan. No hay que odiar las jerarquías mentales. No hay que odiarlas, puesto que son un velo que nos atonta, y por eso es necesario contemplarlas.
La mente recurre a muchas simulaciones y engaños. Tú no conoces tu mente. Y sin embargo no hay obstáculo que te impida conocerla.
Si contemplas tu mente, no tardarás en reconocer que cada pensamiento tiene exactamente el mismo valor que el siguiente y que el anterior. No hay pues una jerarquía dentro de los pensamientos. En ocasiones rechazamos los pensamientos que no son suficientemente claros, no son suficientemente hermosos, o terroríficos, o misteriosos, o repugnantes (gloriosamente repugnantes), o malévolos, o trascendentes, o enunciables, o esclarecedores, o clasificables, o comparables. Creemos saber qué es en nuestra mente lo “importante” y digno de ser contemplado y qué es demasiado cotidiano, demasiado insignificante, demasiado “nuestro”, como para ser atendido. Pero lo cierto es que somos unos grandísimos ignorantes y que, no teniendo conocimiento de casi nada, más nos vale dejarnos llevar, y comenzar a soltar ese pesado lastre que nos sujeta a la estupidez de lo sabido.
Es precisamente por lo pequeño por donde hay que comenzar y luego seguir con lo más pequeño aún, para así poder alcanzar al fin el conocimiento de lo que es todavía menor.
1 comentario:
Una sabia reflexión Joaquín.
Mi opinión es muy similar, al hacer las cosas de forma mecánica nos transformamos en robots y perdemos la humanidad.
Esa desconexión de nuestros comportamientos autómatas es mucho más importante de lo que parece a simple vista, porque hay multitud de reacciones que no podemos controlar y que nos perjudican, como por ejemplo nuestra actuación ante una ofensa o enfado ajeno.
Y también estoy de acuerdo con que la mayor sabiduría que puede alcanzar el ser humano es conocerse a sí mismo, no acumular y acaparar montones de conocimientos inútiles.
A ser sabios se llega, cómo decía Sócrates, simplemente sabiendo que no sabemos nada.
Saludos
Eva
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