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HUMANOS Y CELESTES
Allá al principio de los tiempos, subido a lo alto de un cerro, encarose el humano contra el cielo crepuscular. Estaba el cielo crepuscular del lucero, de la luna y también del sol poniente entre las cumbres lejanas.
Tiritó de frío el hombre, como fría estaban las piedras, y se nombró a sí mismo “el humano”, del humus frío, de la tierra.
Ensayó así el humano su ejercicio de humildad, como reverencia ante sus dioses celestes, allá en los cielos volcánicos de violáceos ocasos y cálidos naranjas, sobre las nieves lejanas.
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