viernes, 20 de abril de 2007

La repetición devora al verbo


La brevedad de las entradas en la publicación en línea de Manual de Primeros Auxilios para Vidas Destrozadas me recuerda un fenómeno interesante respecto al valor y la importancia de las palabras, expresémoslo así en forma de apotegma:

En un texto la importancia de las palabras está en relación inversamente proporcional a la cantidad de las mismas.
Un amigo traductor me contaba que, hastiado de los largos momentos de tedio originados por la larguísima traducción de los grandes tochos enciclopédicos, entretenía sus horas insertando gazapos absurdos en mitad de los muy serios artículos de las más diversas materias. Los gazapos permanecieron allí, agazapados, como su nombre indica, en mitad de las parrafadas inacabables, ocultos a los ojos de los editores y correctores, ocultos a los ojos de los lectores hasta la fecha, pues siguen allí. Es como una pequeña firma maliciosa del traductor, o como el sellito rojo de los grabadores japoneses.

Esto me sugiere la constatación de otro interesante fenómeno: hay palabras, frases, ideas que puedes colocar tranquilamente en tus escritos, si son suficientemente largos, que nadie observará ni comprenderá, si es que alguien alcanza a leerlos.

Por el contrario, si comienzas a reducir la cantidad de palabras en tu texto, la importancia de las palabras (según la ley de la oferta y la demanda verbal) comenzará a aumentar de un modo exponencial. Así las palabras en un rezo, un aforismo, una frase, un verso, tienen ya un peso imponente. En título de un artículo, capítulo o libro, cada vocablo adquiere una importancia mayor. Y, para concluir, una sola palabra escrita o pronunciada tiene un valor máximo, su textura se puede masticar, cada una de sus sílabas se saborean, sus fonemas y sus sememas tienen un sonido metálico, permanecen flotando en el aire como la vibración de un gong.

Se ignora, de momento, a la espera de nuevas investigaciones, si este Teorema Verbal es aplicable en lo oral, en los discursos, debates o meras charletas sociales, aunque se sospecha fundadamente que sí. Una frase anodina de un político, empresario o personaje público pronunciada en un plomizo discurso largo, arma el pifostio sacada luego de modo independiente en los titulares de la prensa. El perjudicado invoca entonces al contexto. Y no es que el contexto le haga significar otra cosa, simplemente que toda la verborrea adyacente le restaba importancia.

Salvedades al teorema: las palabras, por pocas que estas sean, disminuyen su importancia cuanto más se las repite, cosa que ocurre con los reclamos, lemas, metáforas comunes o simples tópicos. A este fenómeno se le conoce como: umbral de tolerancia a la importancia de las palabras por repetición de las mismas, también dentro del mismo Teorema Verbal , o también desgaste de extrañeza vocabular y semántica por reiteración. Es decir, y por ejemplo, frases que en principio sorprenden o escandalizan, finalmente acaban siendo asimiladas como usuales o aceptables. Una marca comercial que al principio nos resulta chocante, tras una machacona campaña publicitaria, pasa luego a formar parte de nuestro paisaje vocabular. Y lamentablemente palabras, que por su fuerza, son continuamente escritas y pronunciadas, en discursos, canciones (sobre todo canciones) poemas regulares, etc. sufren un serio desgaste: paz y amor, hermanos.


[Imagen: collage de Gómez Losada]

2 comentarios:

Miguel Gómez Losada dijo...

no sabes con cuánto cariño descubro esos trabajos anteriores en tu blog.

un abrazo

Joaquín García Weil dijo...

Hola, Miguel. Te lo escribí también en los comentarios de:

http://www.fotolog.com/llamame_cordelia/27291413

Me alegro de que te esté gustando esta reedición ahora electrónica de nuestro libro adornada con tus viejos trabajos (que no han envejecido nada sino al contrario).
Al leer tu comentario me sorprende constatar que, en efecto, hablo mucho sobre el silencio, pero tampoco callo sobre la palabra.

Lo cual que (un par de apotegmas a vuelapluma):

El silencio no se recomienda a sí mismo...

pero...

Toda recomendación del silencio se incumple a sí misma.

Y ya me callo.

Joaquín.