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SOMOS NUESTROS ERRORES
Madurado el fruto tardío puede saborearse. Han hecho falta los largos días del estío. Y aún los últimos calores del otoño.
Bien que nos gustaría sentarnos para aprender bien la lección y luego poder ejercitarla. De tal modo, alcanzada la sabiduría, no existirían los errores.
Pero las cosas no son así en esta vida. No aprendemos al principio del camino, sino que aprendemos durante el camino, saliéndonos de las trochas, yendo a parar a las barranqueras y a los bordes mismos de los precipicios, enredándonos en los matojos de espinos, perdiendo la pista y dando rodeos.
No nos gusta equivocarnos, no nos gusta herir y ser heridos. Pero el error doliente es campana cuyo sonido nos orienta en la senda nocturna.
Hay muchas veces que no estamos del todo seguros de nuestras decisiones. Las tomamos con incomodidad y con inseguridad. No nos dejamos armonizar, queremos imponer nuestra voluntad, aunque no la sepamos ni cierta ni errada. Si no obedecemos al corazón ¿a quién obedecemos entonces?
¿Por qué seguimos un trayecto o un itinerario? ¿Qué es lo que hay al principio del camino y por qué no nos quedamos allí? ¿Qué es lo que hay al final del camino y por qué no estamos allí desde el principio?
Somos ese itinerario que transita de principio a principio, y de fin a fin.
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